Casa japonesa

Cómo decoré mi casa al estilo japonés

Hoy en día parece que todo lo relacionado con Japón se ha puesto de moda: la comida… el anime y hasta la filosofía zen. Pero, para mí, esta fascinación viene de hace mucho. Desde que era joven, la cultura japonesa siempre me ha atraído por su elegancia, su minimalismo y esa forma tan especial de encontrar la belleza en lo simple. Así que, cuando compré mi casa tras separarme, supe que quería convertirla en un rincón que reflejara esa esencia japonesa que tanto admiro.

Además, teniendo una hija de 7 años que pasa varios días a la semana conmigo, quería que mi hogar no solo fuera bonito, sino también cómodo para los dos. El proceso de transformar mi casa fue un reto bastante grande, pero el resultado no solo cumplió mis expectativas, las superó. Aquí te cuento todos los pasos que seguí, los retos que enfrenté y los pequeños detalles que hicieron la diferencia.

 

La base de todo

El primer cambio que hice fue en el suelo, porque para mí era fundamental tener tatamis en la sala principal. Los tatamis son paneles de paja de arroz trenzada que cubren el suelo en las casas tradicionales japonesas. Elegí unos modernos, diseñados para resistir el desgaste del día a día y fáciles de limpiar, lo que resulta esencial cuando tienes un niño pequeño que se la pasa jugando o comiendo en cualquier parte.

La textura y el olor de los tatamis cambian por completo el ambiente de la habitación. Además, dan un confort único al caminar descalzo sobre ellos, algo que ya es tradición en casa. Mi hija disfruta sentarse y tumbarse en el suelo para leer o jugar. Fue, sin duda, una de las mejores decisiones que tomé.

 

La importancia de dejar entrar la luz

Otra de las primeras cosas que hice fue cambiar las puertas convencionales por las clásicas shoji. Estas puertas correderas están hechas con madera y papel traslúcido, y no solo son estéticamente preciosas, sino que también permiten que la luz natural fluya entre las habitaciones. En mi dormitorio instalé una para separar el espacio de descanso del vestidor, y la sensación de intimidad que aporta, sin aislar completamente, es perfecta.

Las ventanas también recibieron su propia transformación. Colocar paneles de bambú como cortinas fue una elección efectiva. Filtran la luz de una manera muy agradable, y el bambú añade un toque natural que combina perfectamente con el resto de la decoración.

 

Elegí lámparas que aportaban calma

La iluminación es clave en cualquier espacio, y en mi caso, quise que todas las lámparas siguieran esa línea minimalista japonesa. Elegí lámparas de papel de arroz con formas redondeadas que aportan una luz cálida y difusa. En el salón, la lámpara principal tiene un diseño sencillo pero elegante, mientras que en el dormitorio de mi hija opté por una lámpara decorada con motivos de flores de cerezo.

Por la noche, estas luces crean un ambiente acogedor y relajante, perfecto para desconectar después de un día largo. Además, añadí lámparas de pie en algunas esquinas para dar profundidad y crear pequeños puntos de luz suave en el espacio.

 

Muebles simples pero funcionales

En lugar de muebles grandes y aparatosos, seguí la filosofía japonesa de «menos es más». La mesa del salón es baja, siguiendo el estilo tradicional, y la rodeé de cojines cómodos en lugar de sillas. Al principio me preocupaba que este cambio no fuese práctico, pero la verdad es que nos hemos acostumbrado rápido. Incluso mi hija prefiere sentarse en los cojines porque dice que es “como un picnic”.

En el dormitorio opté por un futón tradicional. Lo curioso es que, aunque parece menos cómodo que una cama convencional, ofrece un descanso increíble y se adapta perfectamente al cuerpo. Además, se puede recoger durante el día para ganar espacio, algo que es muy útil en habitaciones pequeñas.

 

La belleza de los pequeños detalles

Aquí fue donde más disfruté. Los elementos decorativos japoneses son sencillos, pero tienen un significado especial y aportan una sensación de armonía que pocas cosas consiguen. En la sala principal instalé un tokonoma, una especie de rincón elevado donde coloqué un bonsái cuidadosamente podado y una figura de cerámica que me regaló un amigo en mi cumpleaños. Este pequeño espacio se ha convertido en el alma de la casa, un lugar que inspira calma y al que acudo con la mirada cada vez que necesito desconectar o tomar un momento de pausa.

En las paredes de esa misma sala, añadí unos grabados japoneses tradicionales que representan paisajes con montañas y flores de cerezo. Los elegí cuidadosamente para que cada uno tuviera un lugar específico y no saturara el ambiente.

En la habitación de mi hija, sin embargo, me tomé más libertad para adaptarlo a su mundo. Coloqué un par de dibujos de estilo kawaii, con gatos y flores, que le encantan. También añadí unas pequeñas lámparas de papel con figuras de animales que aportan calidez al espacio. Así, aunque sigue el estilo japonés, se ve mucho más personal y especial para ella.

 

Siguiendo consejos para la distribución

La distribución fue un tema que me llevó tiempo, y no quería dejarlo al azar. Por eso decidí contactar con el estudio de diseño Sergio Nisticò, que tienen una gran experiencia en decoración de interiores japonesa. Desde la primera consulta, me ayudaron a entender que este estilo no se trata solo de cómo se ve el espacio, sino también de cómo se siente. Su consejo principal fue evitar llenar las habitaciones con demasiados muebles y priorizar áreas abiertas que transmitieran calma, orden y amplitud.

En el salón, por ejemplo, me recomendaron colocar la mesa baja en el centro como un punto focal, pero dejando los laterales completamente despejados para favorecer el flujo del espacio. También me aconsejaron agrupar los cojines para sentarse de manera simétrica, algo que visualmente aporta equilibrio. En cuanto a la entrada, insistieron en que debía mantenerse minimalista, ya que es el primer contacto con la casa y debía reflejar armonía desde el inicio.

Otro aspecto que me sorprendió fue la importancia de la luz natural. Según ellos, en la decoración japonesa, la distribución de los muebles tiene que respetar y aprovechar la entrada de luz. Por eso, colocamos las estanterías bajas y los elementos decorativos en zonas que no bloquearan las ventanas. Este pequeño detalle ha cambiado por completo la sensación del espacio, haciéndolo más acogedor y cálido a cualquier hora del día.

Además, me hablaron de la importancia de los pasillos y las zonas de transición, que muchas veces descuidamos. Dejamos estas áreas libres de obstáculos para facilitar el movimiento y aportar esa sensación de fluidez que tanto caracteriza al estilo japonés. Gracias a estos consejos, cada habitación no solo es funcional, sino que transmite una calma especial que me encanta.

 

La naturaleza como protagonista

Las plantas tienen un papel fundamental en la decoración japonesa, y yo no iba a dejarlo pasar. Colocar un bonsái en el salón fue uno de mis primeros detalles, pero pronto añadí otras plantas como bambú y helechos. Estas últimas son fáciles de cuidar y aportan un toque de frescura sin requerir demasiado mantenimiento.

Además, en la terraza he creado mi pequeño rincón zen, con piedras, un arenero y más plantas que complementan el ambiente. Mi hija y yo pasamos tardes allí jugando y dibujando en la arena. Es un espacio pequeño, pero lleno de calma.

 

Dando mi toque personal

Quería que mi casa no solo reflejara mi gusto por Japón, sino que también fuera un espacio cálido y acogedor para mi hija. Para mí, era esencial que ella se sintiera cómoda y tuviera su propio espacio. En su habitación añadí una estantería baja con sus libros y juguetes organizados a su alcance. También le coloqué un tatami pequeño que es perfecto para que se siente cómodamente a leer o jugar con sus muñecos.

En la cocina, me aseguré de integrar utensilios japoneses. Tazones de cerámica pintados a mano, palillos de madera con motivos sencillos y una tetera de hierro fundido son ahora parte de nuestra rutina. Uno de mis momentos favoritos es cuando hacemos té juntos o preparamos sushi casero; son actividades simples, pero siento que estoy compartiendo con ella un pedacito de esta cultura que tanto me apasiona.

Además, en el salón dejé espacio para un pequeño rincón donde podemos sentarnos juntos a dibujar o simplemente charlar. Esos pequeños toques son los que realmente han convertido mi casa en un hogar.

 

Mi casa es mi refugio

Hoy, mi casa es un refugio para mi hija y para mí. Entrar en ella me genera una sensación inmediata de calma y bienestar. Los espacios abiertos, la luz suave y los detalles cuidadosamente seleccionados han hecho que este lugar sea un verdadero hogar para nosotros. Mi hija también lo disfruta muchísimo, y ver cómo se relaja aquí me hace pensar que tomé la decisión correcta.

Vivir en un espacio así mejora mucho tu calidad de vida. La simplicidad, el orden y la conexión con la naturaleza se reflejan en mi día a día, y eso es algo que no tiene precio. Si alguna vez te has planteado hacer un cambio así, te lo recomiendo. No solo transformas tu casa; transformas tu vida.

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